Carta a Mis Hijos

Querida Comunidad Ameyalli: en esta ocasión deseo compartir con ustedes una carta. Fue escrita por el filósofo y periodista español Javier Gomá Lanzón. La escribió para sus hijos con la idea de que la lean y la conserven una vez que él haya fallecido, pero la ha publicado en vida, en el periódico EL PAÍS SEMANAL de España por motivos que explica al final de la misiva. He decidido compartir este escrito con ustedes porque me parece que Escuela Ameyalli comparte muchas de las ideas aquí expresadas. Les deseo unos felices Día de la Madre, Día del Padre y Día de la Familia. 

CARTA A MIS HIJOS

Como padre, una de mis ambiciones ha sido la de no estorbar demasiado. Si un padre no estorba el desarrollo natural de su hijo, ya contribuye positivamente a su educación. Tantos padres castrantes, autoritarios, frustrados y frustrantes, preferí no tener influencia sobre vosotros a tenerla excesiva o mala. No estoy de acuerdo con Platón cuando afirma que la descendencia es una forma de eternidad para los mortales. A la descendencia hay que dejarla en paz y no usarla como coartada, ni siquiera de eternidad. Nunca me formé un plan previo para vosotros que debierais satisfacer, así que tampoco hubo riesgo de que lo defraudarais. La naturaleza tiende a su propia perfección y así lo ha hecho durante millones de años antes de la aparición del homínido. Con esta confianza elemental en el impulso de la naturaleza, me senté a contemplar cómo ésta hacía su trabajo en vosotros y fui feliz testigo de vuestro maravilloso crecimiento.

Con todo, los hijos están al cuidado de los padres. De éstos depende que los primeros no solo crezcan, sino que crezcan sanos. Somos proveedores de vuestra salud. La del cuerpo, claro está, pero también la mental, sentimental y anímica. Emulando el magisterio de vuestra madre, cuidé paternalmente de vosotros para proporcionaros las condiciones de una vida saludable y salvaros –salud significa salvación– de lo insano, mórbido y vicioso al acecho. Nada hay seguro para los mortales, todo se halla expuesto a los antojos de la caprichosa fortuna. Pero ciertamente, aun sin garantía ninguna de éxito, el trabajo en la propia salud, si luego se combina con una sabia administración de las expectativas en la vida, jugando entre la experiencia y la esperanza, aumenta las probabilidades del gozo inteligente, lo único que al final de verdad quise para vosotros.

Por decirlo todo, quise algo más. Un padre te cae en suerte sin elegirlo: me gustaría, por supuesto, que pensarais que vuestra suerte en el sorteo ha sido buena. Pero mucho más me gustaría que sintierais la evidencia de que el afortunado he sido yo, porque vuestra mera existencia ha bendecido definitivamente la mía.

Ahora que me he ido, la paternidad se prolonga a través de la imagen de mi vida que vosotros custodiáis. Os seguirá tutelando en el recuerdo la imagen de un padre que procuró no estorbar, cuidó de vuestra importante salud y se sintió inmensamente afortunado.

¿Qué cómo pretendo que esta carta no sea leída hasta después de mi muerte si ya ha salido publicada en un periódico global? Porque, entre las lecciones de vida que he transmitido a mis hijos, está la de leer solo por placer. Y he observado que tienen la sana costumbre de no leerme.

Aportación de María del Carmen Salazar Hernández.